CUENTO DE
NAVIDAD 2013
Yo
vi cuando, antes de salir, él se quedó mirando aquella reproducción de una
vieja foto en que yo, cliente usual, no había prestado nunca atención. Era una
ampliación enorme, que fuera transformada en el logotipo de la casa. Y él era
un hombre negro muy bien vestido, pero con simplicidad.
Ya
lo había visto a la entrada, cuando fuera directamente para el mostrador y se quedara platicando simpáticamente con el
empleado del pequeño bar donde estaba yo. Poco después se había puesto un
delantal muy blanco y empezó a lavar unas copas mientras apuntaba para el
comedor haciendo gestos al empleado para que recogiese toda la vajilla que
estaba en las mesas y ya no era necesaria.
Acabé
pidiendo más café cuando él se acercó a mí, preguntando si podía tomar la copa
vacía. Me di cuenta de que él estaba un poco nervioso.
-
¿Es el patrón? – pregunté
-
Sí, señor – y regresó al mostrador, atareado.
Un
poquito después de haber salido el patrón, se aproximó sonriente, y lo sentí
preparado para hablar un poquito más.
-
¿Y él queda así, lavando vajillas? - me sorprendí
-
¡Sí, le gusta! – me contestó desconcertado. – Siempre hace eso cuando viene
aquí. Mira las cuentas, mira si alguna cosa es necesaria, y pasado un poquito
se va. Pero siempre atiende a algún cliente, o lava él mismo alguna vajilla, o
algo así. Y mire que no es por necesidad. Hoy, él y su hermana son dueños de
una red enorme de pequeños comedores como este, siempre muy próximos a
terminales de autobuses o estaciones de trenes.
-Ah
sí? – añadí, sólo más para dar más seguimiento a la conversación
-Sí,
señor. Nada muy lujoso, como puede usted ver. Apenas pequeños lugares
agradables donde se puede descansar un poco, o marcar un encuentro con alguien
, o simplemente comer una comida sencilla y barata pero muy limpia!
-
Parecen gente muy buena, ¿verdad?
-
Sí señor, muy buena. Algunos dicen que han pasado por dificultades cuando eran
niños. Que trabajaron mucho para
conseguir tener alguna cosa propia. Son muy humanos, sí.
Entonces,
otros clientes llamaron la atención del mesero, que fue a atenderlos. Mi
atención recayó sobre la foto del logotipo, en la entrada. Había en ella alguna
cosa vagamente familiar. Un poco más tarde, el hombre regresó para mostrarme una foto de dimensiones
normales.
-Esta
es la misma foto sin ser ampliada! – dijo – Los dueños insisten en que la
exhibamos a todas las personas que se muestren interesadas en la foto del
logotipo. Ellos dicen que un día alguien va a ver esa foto y se acordará de
ellos .
Tomé
la foto de sus manos y la observé con cuidado. Eran dos niños negros, muy
sonrientes, uno a cada lado de un muñeco hecho con una lata de combustible muy
oxidada. Sonreí yo también de sus expresiones de intensa felicidad.
El
gorro del muñeco había sido hecho con un saco de cemento, el papel sucio con
barro rojo, y no fue sencillo mantenerlo derecho para sacar la foto.
Los
ojos habían sido improvisados con dos páginas de agenda recortadas en círculo,
y dos tapas negras de cajitas de
película fotográfica. Su boca fue dibujada con carbón, abierta, en una inmensa
risotada.
Después
de haber hecho agujeros con un clavo y
colocado muchos pequeños pedacitos de cuerda deshilachada, con nudos en las
puntas por dentro, para que se no saliera, y quedara una barba bastante razonable,
un poco más cerrada de un lado que del otro, pero seguía siendo una barba…
Y
con todo eso, o a pesar de todo, se convirtió en un muñeco que los niños habían
adorado, a pesar de aquel aire de polvo sucio, del viento constante de la
planicie y del hambre tan presente en aquel pueblito remoto de África, cerca de
una estación de trenes incongruente, donde nadie llegaba o partía, y donde una
mata rala crecía en el medio de los carriles…
“-¿Quién
es ese ?” – habían preguntado los niños
“-¡Ese
es Santa Claus!”- dijo Ramón, un amigo de lengua española
“-En
mi tierra se llama Papá Noel…”, dijo mi colega brasileño
“-¡Bueno,
para mí es Pai Natal!”, contesté, riéndome con ellos
“-Tiene
tres nombres…”
“-Ih…tiene
muchos, pero siempre es el mismo! Y siempre viene en este día a traer regalos
para los niños.”
Los
niños se quedaron desorientados. No sabían qué eran regalos…
“-¡Comida!”
– expliqué prosaicamente. Y entonces ellos rieron mucho…
Fue
así que dos amigos y yo acabamos dividiendo alguna comida con esos dos niños
que insistían en ayudarnos, y terminamos haciendo una especie de cena con
ellos. Era 24 de Diciembre, y la noche ayudaba a no ver, y a olvidar toda
aquella miseria en el pueblo más allá del círculo de luz de la hoguera. La
broma había surgido de Papá Noel, y se ganó después, para nosotros, el
simbolismo de una cena.
Uno de mis colegas, al saber que no tenían
padres, les ofertó algún dinero. Les dije que era el suficiente para tomar el
tren y ir a una ciudad grande, lejos de allí. Pero ellos reían tanto del muñeco
barbudo, estaban tan felices conversando
en su idioma nativo que nos quedamos con la duda de que hubieran entendido.
Sacamos
unas fotos, que más tarde hicimos llegar al jefe de la estación, para que las
remitiera.
Ahora,
allí en el bar, después de tantos años, el mesero contaba la historia de aquel
patrón insólito, yo miraba la lluvia en
la calle, pensaba en aquellos niños de una víspera de Navidad tan lejos de mi
vida de hoy, y me reconducía hacia recuerdos de una cena improvisada hecha
cerca de una estación polvorienta y de un pueblo sin futuro.
El
mesero seguía hablando, y yo quedé sabiendo cómo todos los años, en la víspera
de Navidad, ellos abrían las puertas a todos los que querían comer. Y yo
recordaba al hombre negro que había visto entrar y salir, que era el dueño de
toda una red de pequeños comedores que ya existían en varios países, siempre
cerca de las estaciones.
Identificaba
en él a aquel niño de la foto, al lado de aquel muñeco de lata con barba de
cuerda, riendo mucho con su hermana en un lugar polvoriento de África, casi sin
esperanza, en un día en que alguien les
había dado razones para reír.
Miré
una vez más el logotipo, pero con otros ojos. Decía:- Santa Claus - Café.
Estaba seguro que, en otros países
donde existían los pequeños comedores, no serían en nada distintos de aquel.
Apenas el nombre cambiaría un poco. De todas las formas también quedaría
escrito cerca de la misma foto ampliada que ahora yo ya reconocía- de un muñeco
de lata, con barba de cuerda, y unos ojitos negros, redonditos.
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